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Soy cotidiana, y eso para mi ya es muy importante. Desde lo común se perciben cosas y situaciones que no son posibles en otros aspectos. Me gusta el marketing, lo ejerzo y lo he llevado hasta las aulas universitarias, las cuales son mi principal complemento para todo lo demás. Los animales son otra de mis pasiones y preocupaciones. El medio ambiente y la vida en sociedad son otros temas también que ocupan mis días. Escribo por gusto no por obligación y afortunadamente encontré un trabajo en el que me pagan por hacerlo.

jueves, 3 de mayo de 2012

LA SILLA AZUL: EL RETRATO DE UNA SOCIEDAD QUE NECESITA EL CONTROL PARA APENAS FUNCIONAR

El control se ejerce como una manera de ejecutar un sistema para que este funcione correctamente y aún así se presentan desajustes porque este no es suficiente para establecer el orden. Y hay muchos tipos de control que son necesarios, no negociables, de los cuales no me dedicaré a hablar en este blog. Sin embargo, el control que se desprende de la cultura heterónoma, de esa a la que el ser humano de este contexto, de nuestra ciudad, está acostumbrado, de ese sí voy a hablar. Si se entiende que la heteronomía alude a la costumbre de tener un policía, un vigilante, un supervisor, un fiscal de los actos cotidianos, empezaremos a entender que como sociedad no podemos llamarnos desarrollados, porque no somos capaces de hacer cosas sin que otros nos lo digan, porque no hemos aprendido a autorregularnos, a respetar al otro, no por la sanción misma sino por el sentido de lógica que debe haber en el comportamiento cotidiano. Si eso sucediera, el antónimo perfecto de la heteronomía sería la autonomía y de eso la sociedad capitalina, poco y nada. Puse este título porque esa dependencia absurda al control y al hacer “porque toca” y no “porque quiero” se evidencia en circunstancias tan sencillas como las presentes en el servicio de transporte urbano. ¿Por qué hay sillas azules y sillas rojas? Porque si un sistema no le indica a la gente que hay otros que necesitan sentarse por su edad, por su condición, por su limitación, estas personas pasarían desapercibidas como pasa en otros escenarios simplemente porque no hay cultura en educación y en consideración a los otros. Si nuestra maraña social fuera autónoma realmente, no habría necesidad de recordar con colores que hay privilegios que se tienen por una necesidad apenas obvia. Y con todo esto veo todo el tiempo gente que se pelea por un puesto, otros que gritan “una silla azul” pero ni siquiera se levantan de la roja que tienen por ceder su puesto a quien lo requiere. Lo anterior es solo una de las muchas cosas que reflejan la dependencia a ese absurdo control. En las calles y claro, en las personas conocidas, es muy común ver que se respeta el semáforo o se usa el cinturón pensando más en el parte y la caución que en el sentido lógico de preservar la vida ajena y la propia. En los fines de semana es un infierno ir por auto en la ciudad porque sencillamente como no hay “pico y placa” cada propietario piensa que es justo sacar su carro ya que la norma no opera, así sea para recorrer distancias estúpidas de la casa a la esquina o de la casa a otro parqueadero de un centro comercial, pero muy pocos se miden así mismos en la conciencia de restringirse por respeto a la ciudad, al ambiente, a la comodidad misma. Otros escenarios en los que tristemente se observa la heteronomía es en las aulas de clase y en las oficinas de trabajo. En el primero, los estudiantes necesitan un vigilante para presentar sus pruebas porque de lo contrario no serían capaces de entender que una evaluación es el resultado de su verdadero conocimiento y se trabaja para la valoración cuantitativa de corto plazo pero no para la vida de largo plazo. En el segundo, la mayoría de personas llegan temprano y hacen acto de presencia si su jefe vive al tanto de sus actividades, pero por debajo, se dedican a otros menesteres cuando nadie está mirando. Es por esto, que la sociedad depende de un control arbitrario para funcionar apenas, pero qué ideal y utópico sería que hiciéramos las cosas porque las queremos hacer, porque tenemos una responsabilidad propia y con los demás, porque adquirimos un compromiso en el cual es inherente responder sin que nos estén recordando que hay que llegar a tiempo, que hay que pagar las deudas, que las sillas sin importar el color es para quien realmente las necesita, no para el que quiere irse cómodo.