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Soy cotidiana, y eso para mi ya es muy importante. Desde lo común se perciben cosas y situaciones que no son posibles en otros aspectos. Me gusta el marketing, lo ejerzo y lo he llevado hasta las aulas universitarias, las cuales son mi principal complemento para todo lo demás. Los animales son otra de mis pasiones y preocupaciones. El medio ambiente y la vida en sociedad son otros temas también que ocupan mis días. Escribo por gusto no por obligación y afortunadamente encontré un trabajo en el que me pagan por hacerlo.

jueves, 27 de agosto de 2020

SER DIFERENTE EN UN MUNDO DE MOLDES




La diferenciación cuesta. Ser diferente en un mundo de moldes es de valientes, porque no ser igual a lo que es la mayoría no solo es un trabajo de introspección inicial bastante largo y de tiempo, sino que además es muy fácil dejarse contaminar por un contexto que ha vuelto normal comportamientos y tendencias en los que la mayoría quieren encajar.




Y es que todo esto tiene que ver con ser aceptados, no importa si para ello decides dejar de ser tú mismo o reconocer que tu valor diferencial puede ser un atributo interno como ser servicial, bondadoso, comprensivo, -por poner un ejemplo- porque para los demás generalmente ser así es ser un “pendejo” y no una persona que se destaca sobre las otras porque tiene esas características. Es más fácil entonces, adoptar actitudes de falso “poder”, que los hace ver fuertes, decididos y maduros cuando en realidad solo copian un esquema social que valida más el ser astuto y avispado, chistoso o popular, irreverente y vulgar, así esto lleve a la gente a ser resultado de un mismo molde.

Encontrar un atributo que nos haga únicos e irrepetibles, pero ante todo, inolvidables como personas o como marca, es un camino que se recorre en soledad y muy lejos de la aprobación general, porque en particular ser diferente va en contraposición a la tendencia y a la moda, es una decisión lejana a las expectativas del imaginario colectivo y hay una alta probabilidad de que otros no vean eso como algo bueno, sino más bien como una debilidad o una locura.  Lo que sucede, posteriormente, es que ese factor con el tiempo sí va a ser lo que te haga recordable de cualquier manera, y como he dicho ya antes: inolvidable.

Y ser inolvidables ya sea para el caso de un producto o de una persona, es de las mejores cosas que pueden pasar dentro del concepto de branding, porque de eso se trata, ya que lo que no se recuerda es fácilmente reemplazable y por supuesto olvidado. Tengo que afirmar también, que todo esto tiene que darse desde un concepto positivo, porque por supuesto ser recordados por tener el peor servicio, el más nefasto de los productos o el individuo más desagradable, no es precisamente de lo que estoy hablando.

Todos sin excepción, podemos trabajar en la diferenciación, pero para que esto se dé hay que despojarse no solo del ego, de igual forma hay que entender que ese factor debe hacer parte de cada segundo de cualquier acción y pensamiento. Reconocer que no se puede ser diferente pensando que ello es ir en contraste a todo, pues no necesariamente es así, pero también entender que no se trata ni de una forma de vestir o pensar, de una forma de hablar o actuar: es hallar eso que no tiene nadie más y que seguramente será reconocido y valorado no por grandes grupos de gente o mercados, sino por quienes están interesados en ti como marca, producto o ser humano.

Hasta la próxima


viernes, 21 de agosto de 2020

SER COMPETITIVO YA NO ES TAN COMPETITIVO


En la década de los noventa el Management no solo se puso de moda por ser una corriente de la administración muy fuerte en sus conceptos, también porque el mundo comenzaba a evidenciar los cambios globales, las aperturas económicas y unas transformaciones sociales que empezaban a dejar atrás el modus operandi tradicional de las empresas y personas. Uno de mis favoritos, Peter Drucker, sin duda alguna hizo aportes muy grandes al marketing también, y fue en ese entonces donde entre otras definiciones, se habló de la competitividad, la ventaja competitiva y la ventaja comparativa, elementos que caracterizaron la dinámica de los negocios hasta hace muy poco.





Sin embargo, como todo, muchas veces una teoría no solo se adapta al acomodo, conveniencia y entendimiento de cada quien, sino que además, se va transformando y da paso a pensamientos y prácticas muchas veces lejanos de la definición inicial. Se hablaba de competitividad como un factor que principalmente debía establecerse desde un valor diferencial y no recuerdo, que Drucker y sus colegas dijeran que ser competitivo era tratar a como diera lugar de ser el mejor a pesar de los derechos de otros, o que había que figurar de cualquier modo con tal de destacarse para lograr un lugar “decente” en la urdimbre social. De esta forma, muchos convirtieron el concepto de competencia como la excusa para acumular insignias basadas en el materialismo, otros tantos se fueron llenando o nos fuimos llenando de títulos, saberes, experiencias certificadas en diplomas porque de lo contrario no se podía ser “competente” en un mercado laboral, y algunos más tergiversaron esto y trasladaron sus intereses a acciones atrevidas como los actos desleales de mercado en los cuales se prometía el cielo y las estrellas aunque fuera mentira, el engaño a los clientes a partir de prosas adornadas de la publicidad pero con un fondo pobre y despreocupado.
En algún momento, en algún punto, ser competitivo dejó de ser atractivo porque todos quisieron ser doctores o magister, cada quien soñó con tener un cuerpo fit o ser un speaker cotizado, o empresarios millonarios  y exitosos; la mayoría empezaron a necesitar del like y la aprobación en las redes, a tener reconocimiento y dinero así algunos tuvieran que robarle los recursos a la nación o a los más pobres, y las empresas, a posicionar un producto y un servicio aunque sus clientes estuvieran posteriormente insatisfechos. ¿En qué momento dejó de ser más importante tener experiencia verdadera a coleccionar papeles?, ¿en qué parte se escribió que tiene más valor una persona que lleva un traje de Ermenegildo Zegna o Prada y usa una marca de celular en específico -sabiendo que en muchos casos deja de pagar un servicio importante por lucir bien así tenga que comer arroz y huevo a escondidas-?, ¿quién dijo que la mejor empresa y los mejores productos son los de aquellas que gastan millones en estrategias cuando la táctica más preciada es el buen trato y cumplir por lo menos con la promesa básica inicial?

Justo ahora, en la actual situación, todo lo anterior se ha desnudado, se ha evidenciado. Todas aquellas cosas, producto de una mentalidad competitiva fundamentada en figurar a cualquier precio, nos está mostrando que no ha servido de nada. Se enferma el que tiene y el que no también, se quiebra inevitablemente el del negocio pequeño pero también el grande -con contadas excepciones-, me atrevo a decir que es la primera vez en la historia de este planeta, por lo menos en la historia contemporánea, que todos los seres humanos sin excepción, hemos sido puestos en la misma situación de vulnerabilidad y no hay quien pueda afirmar con absoluta certeza que podrá evitar cualquiera de los efectos sociales, económicos y físicos que ha traído esta pandemia.

Simplemente mi reflexión en esta oportunidad va orientada a qué pensemos si de verdad todo lo que nos ha llevado a ser tan exigentes unos con otros, sirve justo ahora que necesitamos otras cosas, otras perspectivas, otras acciones. Estoy convencida que el trabajo colectivo es el que puede dar mejores resultados. Todas aquellas pretensiones, todo ese querer ser mejores está muy bien si de verdad al final del día en lugar de preguntarse si hoy fui competitivo, más bien nos preguntamos si hoy transformé favorablemente la vida de alguien. Creo en realidad, que eso, es ser competitivo.

Hasta la próxima.


miércoles, 12 de agosto de 2020

ES MEJOR INTENTARLO QUE QUEDARSE CON LA DUDA

 

La última vez que vi a María C., fue en su apartamento. Era febrero de 2016 unos meses antes de yo irme a vivir a otra ciudad, y nos encontramos para almorzar como lo habíamos prometido, hablar de nuestras cosas y recordar el tiempo que compartimos trabajando juntas en Relaciones Públicas. Fue mi mentora en este tema y gracias a sus enseñanzas empezó mi pasión por el marketing, y hoy esta entrada va dedicada a su memoria.


Quise comenzar esta vez así para hablar del tema, porque tristemente estamos acostumbrados a dejar asuntos sin resolver por pequeños o grandes que sean y en el momento no comprendemos que si no hacemos las cosas en el instante que es, es muy probable que quizás el “luego” no exista más. Cuando ella y yo nos despedimos ese día, nos prometimos vernos pronto para un café porque quería comentarme sobre un proyecto importante que tenía en mente y del cual quería que yo hiciera parte, pero lo dejamos disolver unos meses entre tanto trabajo y agite de la vida, de tal forma que ese encuentro nunca se dio y no se dará, y me arrepiento no haber estado allí porque a lo mejor, uno nunca sabe, yo pudiera estar contándoles al hacer esta referencia una historia diferente.

Los seres humanos dejamos pasar la oportunidad por la razón que sea, porque estamos ocupados, porque no tenemos tiempo, porque priorizamos egoístamente otras cosas y no somos conscientes que a lo mejor cuando no lo intentamos en el ahora, quizá más adelante ya no se pueda. Tenemos ideas constantes de cómo cambiar el mundo, de cómo transformar nuestra vida, de cómo avanzar en un proyecto y es verdad que en ocasiones lo logramos, pero en otras muchas no, porque nos da miedo, porque nos da pereza, o porque estamos en función de pensar qué dirá la gente.

¡Y qué carajo importa lo que digan o piensen los otros! si al final de todo, quien tendrá que llevar las derrotas o las ganancias es cada uno, no los demás. Muchos negocios se quedan sin nacer, no por falta de creatividad o de oportunidad, sino por falta del impulso para intentarlo. Mucha gente anda infeliz por ahí porque no se atreven a dar un salto al vacío pensando solo en los daños cuando estos ni siquiera se han causado. La primera vez que hice rafting recuerdo que fue en un río de bajada un poco violenta y debo confesarles que siempre le he tenido pavor al agua, más bien respeto, y ese día solo sé que me puse ese chaleco, me aventuré a hacerlo -mi mamá nunca lo supo- y fue algo arriesgado, pero esa experiencia y otras que he tenido, no las cambio porque lo bueno fue que ahí estuve y hacen parte de mis recuerdos.

Creo que a pesar de todo lo que ha pasado en estos meses, las personas no han caído en la cuenta de que la vida está llena de momentos que se viven, porque los que no, sencillamente no hacen parte de ella. En estos días en los cuales la incertidumbre es la reina, deberíamos vivirnos cada uno de estos como si fuera el último, y no, no estoy siendo fatalista, simplemente estoy diciendo que siempre valdrá la pena intentar lo que sea pero más ahora, cuando no sabemos con sinceridad lo que nos depara un mundo en el que te vas a dormir y encuentras muchas cosas diferentes cuando despiertas.

Hoy no me quiero extender mucho en mi escrito, porque creo que he sido clara en lo que he expuesto. Porque los minutos están corriendo acelerados y porque ahora precisamente, me esperan unos sueños que están por ahí pendientes de ser realizados. A todos muchas gracias, les invito a dar ese salto, a subirse a esa rueda que va a mil y la que quizá nos bote al piso y nos deje golpeados o más bien nos dé mucho más de lo que estamos esperando: es muy probable que de cualquier manera, nos podamos bajar de ella con el corazón a mil y felices por haberlo intentado. Y a ti María C. gracias, por enseñarme tanto, siempre me quedaré con esa duda de si querías seguir intentándolo. 

Hasta la próxima.

 

 

sábado, 1 de agosto de 2020

LAS PALABRAS QUE SOBRAN: CUANDO EL SILENCIO ES UNA MEJOR RESPUESTA

Personalmente no voy con las frases de falso positivismo que muchas personas pronuncian frente a quien ha tenido una pérdida, la que sea -económica, empresarial, laboral, sentimental, familiar-. Esas tales como: “tú puedes”, “lo que no te mata te hace más fuerte”, “pasa la página”, “ten fortaleza y continúa”, “todo pasa por algo”, etc, las concibo como palabras del comodín cotidiano que en efecto, son pronunciadas en buena parte con toda la buena voluntad del caso por quien las dice, pero no necesariamente le dan al otro la fuerza y las ganas para continuar o realmente recuperarse de la situación que sea y mucho menos si estas, solo son parte de la cortesía pero no están acompañadas de actos auténticos o franqueza.

En un mundo lleno de memes inspiradores que inundan Instagram, Facebook y los estados de WhatsApp, pienso que la empatía y la ayuda indiscutible, proviene más del silencio respetuoso y de la honesta compañía, de quien se solidariza con lo que estés viviendo y en lugar de llenarte de expresiones bonitas pero inservibles, más bien te hace sentir que está ahí, acompañando y quizá mirando cómo te puede dar una mano.


El discurso de lo bonito, de lo adornado, no escapa tampoco ni al ámbito empresarial ni al marketing. Cuando uno llama a una empresa de taxis o de servicios de salud, por poner un ejemplo, generalmente se encuentra al otro lado con una grabación impersonal que le recuerda lo “importante que es el cliente para nosotros”, claro, pero esa importancia no se ve en algunos casos por ningún lado, te plantan hasta media hora o más a veces, hasta que te contestan la llamada para decirte posteriormente que no pueden solucionar tu inconveniente o prestarte un servicio. Mala cosa.

En la vida cotidiana, el caso no es diferente. No sé si es que el mundo se acostumbró a llenarse de muchos mensajes para justificar las carencias, que cualquier cosa que suene bien se usa para llenar los espacios de lo que se es incapaz de dar en lo real. Es cierto que hay prosas bellas, es verdad que siempre será bonito escuchar halagos, promesas, oraciones alentadoras, pero también es cierto que si estas no trascienden a los hechos entonces de nada sirven. Una marca, una empresa, una persona, no pueden andar por ahí llenando de disertaciones falsas a los demás solo por pretender ser agradables y tratar de mostrar lo chéveres que son con los otros. Si una marca como parte de su estrategia comercial dice que sus clientes son lo más importante, pues uno como cliente deberá sentirse importante, en especial cuando va a hacer un reclamo, no para cuando le están vendiendo.

Si una empresa habla de lo fundamental que son sus empleados o colaboradores pues ello deberá trascender en cualquier circunstancia, que no son las fiestas o las peroratas adornadas en eventos o redes sociales, los que hacen feliz y productivo a un grupo en el trabajo: es el respeto que se brinda, incluso cuando hay crisis y debes prescindir de ellos. Y qué decir de las personas, ahí, el escenario es mucho peor. En la vida nos topamos con muchas de estas que dicen lo mejor de ti y tienen en sus palabras frasecitas de cajón, solo cuando les conviene, solo mientras obtienen lo que desean, pero solo espera a que haya una situación adversa y verás cuántos de estos quedan.

En el marketing y en la vida, las palabras se cuidan, estas, no pueden ser un simple copy writer publicitario en el que buscas enganchar, conquistar y luego, hacer de cuenta que nada pasa. Lo dicho o escrito, sólo tiene efecto cuando se es consecuente con los hechos. Por ello, andar diciendo por ahí cualquier cosa para “conectar” y luego hacer el tan popular “ghosting” no ha de servir jamás ni para posicionar un producto ni mucho menos para construir vínculos válidos, credibilidad y lealtad, sea de marca o sea personal.

La palabra tiene poder cuando va acompañada de sucesos que la respaldan, no cuando llenas el Instagram de inspiraciones generales que no son auténticas para un mercado de clientes, para personas, pues no serán jamás percibidas como genuinas cuando los actos son otros. Estamos en medio de una pandemia, de una crisis de la que se ha esperado, haya cambios positivos en todos los aspectos, sin embargo, de modo muy personal considero que esta situación, ha hecho aún más evidente, no las falencias económicas o estratégicas, por el contrario, ha mostrado con mayor fuerza lo ineficiente del discurso amañado y la falsedad del ser humano. Es cierto, que no se puede pedir a otros que sean diferentes, no se puede exigir a una empresa, marca o persona, que dé aquello de lo que no tiene, es claro. Sin embargo, sí hay algo que puede hacerse por lo menos para ser consecuente, y es guardar silencio. Bien decía por ahí un adagio popular de nuestros abuelos: “la mejor palabra es la que no se dice” y más si no es necesaria, si no es verdadera.

Hasta la próxima.