Personalmente no
voy con las frases de falso positivismo que muchas personas pronuncian frente a
quien ha tenido una pérdida, la que sea -económica, empresarial, laboral,
sentimental, familiar-. Esas tales como: “tú puedes”, “lo que no te mata te
hace más fuerte”, “pasa la página”, “ten fortaleza y continúa”, “todo pasa por
algo”, etc, las concibo como palabras del comodín cotidiano que en efecto, son
pronunciadas en buena parte con toda la buena voluntad del caso por quien las
dice, pero no necesariamente le dan al otro la fuerza y las ganas para
continuar o realmente recuperarse de la situación que sea y mucho menos si
estas, solo son parte de la cortesía pero no están acompañadas de actos auténticos
o franqueza.
En un mundo lleno
de memes inspiradores que inundan Instagram, Facebook y los estados de
WhatsApp, pienso que la empatía y la ayuda indiscutible, proviene más del
silencio respetuoso y de la honesta compañía, de quien se solidariza con lo que
estés viviendo y en lugar de llenarte de expresiones bonitas pero inservibles,
más bien te hace sentir que está ahí, acompañando y quizá mirando cómo te puede
dar una mano.
El discurso de lo
bonito, de lo adornado, no escapa tampoco ni al ámbito empresarial ni al
marketing. Cuando uno llama a una empresa de taxis o de servicios de salud, por
poner un ejemplo, generalmente se encuentra al otro lado con una grabación
impersonal que le recuerda lo “importante que es el cliente para nosotros”,
claro, pero esa importancia no se ve en algunos casos por ningún lado, te
plantan hasta media hora o más a veces, hasta que te contestan la llamada para
decirte posteriormente que no pueden solucionar tu inconveniente o prestarte un
servicio. Mala cosa.
En la vida cotidiana, el caso no es diferente. No sé si es que el mundo
se acostumbró a llenarse de muchos mensajes para justificar las carencias, que
cualquier cosa que suene bien se usa para llenar los espacios de lo que se es
incapaz de dar en lo real. Es cierto que hay prosas bellas, es verdad que
siempre será bonito escuchar halagos, promesas, oraciones alentadoras, pero
también es cierto que si estas no trascienden a los hechos entonces de nada
sirven. Una marca, una empresa, una persona, no pueden andar por ahí llenando
de disertaciones falsas a los demás solo por pretender ser agradables y tratar
de mostrar lo chéveres que son con los otros. Si una marca como parte de su
estrategia comercial dice que sus clientes son lo más importante, pues uno como
cliente deberá sentirse importante, en especial cuando va a hacer un reclamo,
no para cuando le están vendiendo.
Si una empresa habla de lo fundamental que son sus empleados o
colaboradores pues ello deberá trascender en cualquier circunstancia, que no
son las fiestas o las peroratas adornadas en eventos o redes sociales, los que
hacen feliz y productivo a un grupo en el trabajo: es el respeto que se brinda,
incluso cuando hay crisis y debes prescindir de ellos. Y qué decir de las
personas, ahí, el escenario es mucho peor. En la vida nos topamos con muchas de
estas que dicen lo mejor de ti y tienen en sus palabras frasecitas de cajón,
solo cuando les conviene, solo mientras obtienen lo que desean, pero solo
espera a que haya una situación adversa y verás cuántos de estos quedan.
En el marketing y en la vida, las palabras se cuidan, estas, no pueden
ser un simple copy writer publicitario en el que buscas enganchar, conquistar y
luego, hacer de cuenta que nada pasa. Lo dicho o escrito, sólo tiene efecto
cuando se es consecuente con los hechos. Por ello, andar diciendo por ahí
cualquier cosa para “conectar” y luego hacer el tan popular “ghosting” no ha de
servir jamás ni para posicionar un producto ni mucho menos para construir
vínculos válidos, credibilidad y lealtad, sea de marca o sea personal.
La palabra tiene poder cuando va acompañada de sucesos que la
respaldan, no cuando llenas el Instagram de inspiraciones generales que no son
auténticas para un mercado de clientes, para personas, pues no serán jamás
percibidas como genuinas cuando los actos son otros. Estamos en medio de una
pandemia, de una crisis de la que se ha esperado, haya cambios positivos en
todos los aspectos, sin embargo, de modo muy personal considero que esta
situación, ha hecho aún más evidente, no las falencias económicas o
estratégicas, por el contrario, ha mostrado con mayor fuerza lo ineficiente del
discurso amañado y la falsedad del ser humano. Es cierto, que no se puede pedir
a otros que sean diferentes, no se puede exigir a una empresa, marca o persona,
que dé aquello de lo que no tiene, es claro. Sin embargo, sí hay algo que puede
hacerse por lo menos para ser consecuente, y es guardar silencio. Bien decía
por ahí un adagio popular de nuestros abuelos: “la mejor palabra es la que no
se dice” y más si no es necesaria, si no es verdadera.
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