En la década de los noventa el
Management no solo se puso de moda por ser una corriente de la administración
muy fuerte en sus conceptos, también porque el mundo comenzaba a evidenciar los
cambios globales, las aperturas económicas y unas transformaciones sociales que
empezaban a dejar atrás el modus operandi tradicional de las empresas y
personas. Uno de mis favoritos, Peter Drucker, sin duda alguna hizo aportes muy
grandes al marketing también, y fue en ese entonces donde entre otras definiciones,
se habló de la competitividad, la ventaja competitiva y la ventaja comparativa,
elementos que caracterizaron la dinámica de los negocios hasta hace muy poco.
Sin embargo, como todo, muchas veces
una teoría no solo se adapta al acomodo, conveniencia y entendimiento de cada
quien, sino que además, se va transformando y da paso a pensamientos y prácticas
muchas veces lejanos de la definición inicial. Se hablaba de competitividad
como un factor que principalmente debía establecerse desde un valor diferencial
y no recuerdo, que Drucker y sus colegas dijeran que ser competitivo era tratar
a como diera lugar de ser el mejor a pesar de los derechos de otros, o que había
que figurar de cualquier modo con tal de destacarse para lograr un lugar “decente”
en la urdimbre social. De esta forma, muchos convirtieron el concepto de
competencia como la excusa para acumular insignias basadas en el materialismo,
otros tantos se fueron llenando o nos fuimos llenando de títulos, saberes,
experiencias certificadas en diplomas porque de lo contrario no se podía ser “competente”
en un mercado laboral, y algunos más tergiversaron esto y trasladaron sus
intereses a acciones atrevidas como los actos desleales de mercado en los
cuales se prometía el cielo y las estrellas aunque fuera mentira, el engaño a
los clientes a partir de prosas adornadas de la publicidad pero con un fondo
pobre y despreocupado.
En algún momento, en algún punto, ser
competitivo dejó de ser atractivo porque todos quisieron ser doctores o
magister, cada quien soñó con tener un cuerpo fit o ser un speaker cotizado, o empresarios
millonarios y exitosos; la mayoría empezaron
a necesitar del like y la aprobación en las redes, a tener reconocimiento y
dinero así algunos tuvieran que robarle los recursos a la nación o a los más
pobres, y las empresas, a posicionar un producto y un servicio aunque sus
clientes estuvieran posteriormente insatisfechos. ¿En qué momento dejó de ser
más importante tener experiencia verdadera a coleccionar papeles?, ¿en qué
parte se escribió que tiene más valor una persona que lleva un traje de Ermenegildo
Zegna o Prada y usa una marca de celular en específico -sabiendo que en muchos
casos deja de pagar un servicio importante por lucir bien así tenga que comer
arroz y huevo a escondidas-?, ¿quién dijo que la mejor empresa y los mejores
productos son los de aquellas que gastan millones en estrategias cuando la
táctica más preciada es el buen trato y cumplir por lo menos con la promesa
básica inicial?
Justo ahora, en la actual situación,
todo lo anterior se ha desnudado, se ha evidenciado. Todas aquellas cosas,
producto de una mentalidad competitiva fundamentada en figurar a cualquier
precio, nos está mostrando que no ha servido de nada. Se enferma el que tiene y
el que no también, se quiebra inevitablemente el del negocio pequeño pero
también el grande -con contadas excepciones-, me atrevo a decir que es la primera
vez en la historia de este planeta, por lo menos en la historia contemporánea,
que todos los seres humanos sin excepción, hemos sido puestos en la misma
situación de vulnerabilidad y no hay quien pueda afirmar con absoluta certeza
que podrá evitar cualquiera de los efectos sociales, económicos y físicos que
ha traído esta pandemia.
Simplemente mi reflexión en esta
oportunidad va orientada a qué pensemos si de verdad todo lo que nos ha llevado
a ser tan exigentes unos con otros, sirve justo ahora que necesitamos otras
cosas, otras perspectivas, otras acciones. Estoy convencida que el trabajo colectivo
es el que puede dar mejores resultados. Todas aquellas pretensiones, todo ese
querer ser mejores está muy bien si de verdad al final del día en lugar de
preguntarse si hoy fui competitivo, más bien nos preguntamos si hoy transformé
favorablemente la vida de alguien. Creo en realidad, que eso, es ser competitivo.
Hasta la próxima.
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