La diferenciación cuesta. Ser
diferente en un mundo de moldes es de valientes, porque no ser igual a lo que es
la mayoría no solo es un trabajo de introspección inicial bastante largo y de
tiempo, sino que además es muy fácil dejarse contaminar por un contexto que ha
vuelto normal comportamientos y tendencias en los que la mayoría quieren
encajar.
Y es que todo esto tiene que ver con
ser aceptados, no importa si para ello decides dejar de ser tú mismo o
reconocer que tu valor diferencial puede ser un atributo interno como ser
servicial, bondadoso, comprensivo, -por poner un ejemplo- porque para los demás
generalmente ser así es ser un “pendejo” y no una persona que se destaca sobre
las otras porque tiene esas características. Es más fácil entonces, adoptar
actitudes de falso “poder”, que los hace ver fuertes, decididos y maduros
cuando en realidad solo copian un esquema social que valida más el ser astuto y
avispado, chistoso o popular, irreverente y vulgar, así esto lleve a la gente a
ser resultado de un mismo molde.
Encontrar un atributo que nos haga
únicos e irrepetibles, pero ante todo, inolvidables como personas o como marca,
es un camino que se recorre en soledad y muy lejos de la aprobación general,
porque en particular ser diferente va en contraposición a la tendencia y a la
moda, es una decisión lejana a las expectativas del imaginario colectivo y hay
una alta probabilidad de que otros no vean eso como algo bueno, sino más bien
como una debilidad o una locura. Lo que
sucede, posteriormente, es que ese factor con el tiempo sí va a ser lo que te
haga recordable de cualquier manera, y como he dicho ya antes: inolvidable.
Y ser inolvidables ya sea para el
caso de un producto o de una persona, es de las mejores cosas que pueden pasar
dentro del concepto de branding, porque de eso se trata, ya que lo que no se
recuerda es fácilmente reemplazable y por supuesto olvidado. Tengo que afirmar
también, que todo esto tiene que darse desde un concepto positivo, porque por
supuesto ser recordados por tener el peor servicio, el más nefasto de los
productos o el individuo más desagradable, no es precisamente de lo que estoy
hablando.
Todos sin excepción, podemos trabajar
en la diferenciación, pero para que esto se dé hay que despojarse no solo del
ego, de igual forma hay que entender que ese factor debe hacer parte de cada
segundo de cualquier acción y pensamiento. Reconocer que no se puede ser
diferente pensando que ello es ir en contraste a todo, pues no necesariamente
es así, pero también entender que no se trata ni de una forma de vestir o
pensar, de una forma de hablar o actuar: es hallar eso que no tiene nadie más y
que seguramente será reconocido y valorado no por grandes grupos de gente o
mercados, sino por quienes están interesados en ti como marca, producto o ser
humano.
Hasta la próxima
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