Esperar no es malo. Si hay una cualidad que forja grandes seres humanos es
la esperanza porque cuando se tiene tu mente se enfoca justo en esperar que las
cosas salgan bien o algún día estén mejor. Por eso esta palabra viene de
esperar y va ligada a la paciencia, porque esperar no es de entrada algo fácil,
se necesita tiempo, se necesita calma y se necesita fe.
En esta oportunidad quise exponer el tema, porque he visto que se ha vuelto
costumbre dentro de los coach y en los entornos sociales mismos, afirmar que
“no es bueno esperar nada de nadie”, como un mecanismo que quizá busca con
buenas intenciones, hacer que las personas se lastimen menos y generen pocas o
ninguna expectativa frente a una situación o frente a otras personas. Se refieren
a esto como una actitud egoísta que busca condicionar a los otros a que hagan
lo que queremos, y no, una cosa es el capricho y exigir a la fuerza que nos den algo en concreto y otra muy diferente
es creer en el otro.
Está viciado nuestro mundo de tan malos consejos que a las personas se les
incentiva a no sentir, a autoproclamarse en una falsa seguridad y motivación
personal centrada en el ego, en desesperanza disfrazada de una poderosa
autoestima que se convierte en apariencia, que ya hasta para ser persona hay que tomar
con pinzas nuestra esencia, no sea que a otros no les guste o no les parezca,
menuda estupidez. Y por ello, hoy vengo a contradecir eso, porque de nuevo, nos
encontramos frente a un paradigma que se ha querido normalizar y constituir
como correcto cuando en realidad no lo es, cuando ciertamente ese “no esperar”,
tampoco es que nos libre de una decepción ya que en el fondo es inevitable
esperar siempre algo, aunque sea lo mínimo.
Pésimo o igual que lo anterior es “esperar lo peor”, como una actitud de
anticiparse al hecho con la única satisfacción de “confirmar” que en efecto,
eso, esos y ese la iban a “regar” de cualquier forma convirtiéndose así en una manera
de comprobar que las cosas siempre saldrán mal, como una fatal premonición que
termina siendo cierta y reafirma que no es bueno esperar lo mejor de nadie. Hay
estudios que se han hecho en el marco de la ciencia, que demuestran cómo cuando
alguien espera lo peor de otros, irremediablemente pasa algo no sé si en la
mente, en el cosmos, o en qué lugar desconocido, y que lleva a que esa
situación se dé en especial hacia lo negativo. Yo personalmente no soy muy
seguidora de los conceptos asociados a las teorías que hablan de la ley de la
atracción porque tengo mis argumentos para pensar que no siempre atraemos lo
que queremos, pues si fuera así yo sería millonaria o tendría todo resuelto en
mi vida. Lo que sí creo, es que la predisposición a algo lleva inevitablemente
a generar una atmósfera buena o mala según el caso, y si alguien piensa que
determinada persona va a salir como decimos en Colombia con “un chorro de
babas” pues eso tiene una tendencia a darse porque seguramente de forma inconsciente
tus actitudes influenciarán las del otro, y lograrás tu cometido.
Vale aclarar que no siempre funciona así, la vida y los seres humanos somos
tan complejos como para supeditar las acciones solo a una variable, pienso que
en ocasiones la gente te puede sorprender para bien o para mal, lo cierto es
que yo hoy cuestiono que ese “no esperar nada de nadie”, daña más a la misma
persona que lo piensa que a los demás, porque lo convierte en alguien que va
por la vida sin muchas ganas de dar, de esforzarse menos porque todo salga
bonito, en definitiva, de hacerse menos amable la estancia por este camino tan
corto que todos tenemos.
Decirle a alguien “qué estabas esperando” es similar a tirarle un vaso de
agua a la cara, es menospreciar justo las expectativas del otro no porque se
esté en obligación de cumplirlas, sino porque cada quién es dueño de lo que
espera, de lo que sueña y de lo que forja en su mente. En ese caso manejar
estas situaciones cuando no podemos estar a la altura de lo que alguien quería
de nosotros, deberá llevarnos antes a reflexionar si en primer lugar somos una
persona sin esperanza que traslada sus carencias a los demás, y segundo, a
revisar si nuestras palabras, si nuestras actitudes se comprometen más allá de
lo que podemos dar y en ese caso todo se resuelve como he dicho en otras oportunidades,
guardando silencio o siendo prudentes con aquello que hacemos. Aún así, hoy los
invito, a no dejarse llevar por ese “no esperes nada de nadie”, no importa que
te decepcionen, pues eso justamente se llama vivir y hace parte de nuestro constante
aprendizaje; y seguramente pasará más de una vez, pero también te darás cuenta
que no siempre es así, que esperar lo mejor nos hace actuar también mejor,
hablar sin lastimar, dar con alegría, darse una oportunidad. No confundamos
pues el brindar algo con sinceridad con el hecho de hacerlo sin una motivación
que se llama justo así: esperar.
Hasta la próxima
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