Es por esto que
quien diga que hay una fórmula para solucionar lo desconocido, de entrada está
mintiendo, pues ¿cómo podemos saber qué hacer cuando no sabemos qué va a pasar?
Sin embargo, lo que sí puedo aportar yo al respecto es que la incertidumbre no es
del todo mala, de hecho, es lo mejor que nos ha podido pasar porque cuando las
cosas son predecibles de verdad pierden el gusto y más en el actual escenario,
donde la gente se aburre muy fácil, nada les sorprende, todo se les va como
agua entre los dedos. Ya Bauman cuando habló de la sociedad líquida, hizo un
grandioso acercamiento a lo que es la trama cotidiana de hoy en la que todo es
efímero, en la que todo pierde valor y en la que cosas y personas van y vienen
sin parecer importarles el tomarse con mayor profundidad la vida.
La incertidumbre
deberá llevarnos obligatoriamente a repensarnos, a transformarnos, a volver
nuestros ojos hacia la esencia del ser. Deberá conducirnos por un camino que no
está abierto y en el que nos corresponde recorrerlo con lo que tengamos, con lo
que sepamos, con lo que cultivemos. Y como no hay fórmulas, lo mejor es aceptar
que está sucediendo, pero más allá de eso, reconocer que como humanos somos frágiles,
somos susceptibles, somos sin excepción proclives a ser víctimas, victimarios o
héroes, todo depende del papel que queramos asumir. De cualquier forma pienso,
que esta nos invita quizá cruelmente para unos y más suavemente para otros, a redefinir
nuestra vida y cómo vemos y tratamos a nuestros semejantes. A ser empáticos, a
ponernos en los zapatos de aquellos que juzgamos desde la falsa tranquilidad de
tenerlo todo y en el fondo, no tenerlo nada.
Lo importante
aquí tampoco es quedarse en la reflexión porque la incertidumbre, la crisis, lo
inexacto, tiene que trascender, tiene que ser el motivador para lograr renacer en
medio de esta o sumirse en la oscuridad. Es una elección, como todo, pero es lo
mejor que nos ha podido pasar en medio de un mundo tan dormido e insensible
como el que hemos construido.
Hasta la
próxima.
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